sábado, 13 de abril de 2013

Un Rodrigo...


El primer día de clases con un profesor al que ni siquiera se le ha visto genera siempre expectativa, inclusive cuando sabes que esperar hasta cierto punto, gracias a las recomendaciones y comentarios de los compañeros. Ya pasan de las cuatro de la tarde, tal vez no sea tan estricto con la hora de llegada. Tres jóvenes están al frente. Uno es delgado, moreno, con aspecto desalineado y una sonrisa que deja ver lo simpático que es, una joven de cabello color castaño claro, casi naranja, con una perforación en el labio y vestido corto, pero lo que más llama la atención son sus ojos perfectamente delineados que hace de sus pequeños ojos una reproducción casi perfecta de los de Darla.
Por último, el tercer joven tiene una postura un poco encorvada, tez clara, camisa a cuadros abotonada hasta el penúltimo botón. Lentes de grueso armazón negro. Ojos pequeños pero penetrantes y claros. Cabello quebrado con un corte que acentúa la infancia que aun existe en sus facciones, acompañado de una sonrisa picara que empequeñece aun más los ojos cuando muestra los colmillos. Es él quien se acerca a la puerta y la cierra. Todos comienzan a guardar silencio, al parecer la mayoría ha estado anteriormente con el profesor Rodrigo Martínez, seguro por eso conocen al adjunto.
Sopesaba la posibilidad de salir a comprar unas galletas cuando éste último joven comenzó a hablar. Su voz aunque fuerte y clara, aun tiene tintes de la voz propia de la edad que ostentan los alumnos de los últimos semestres. Pero algo no encajaba, nunca había visto un grupo completo poner tanta atención a un adjunto. Todo tuvo sentido cuando dijo, “y ellos serán mis ayudantes” mientras señalaba a los dos jóvenes que respondían a los nombres de Ponce (que en realidad es su apellido) y Dulce.
Yo esperaba a un hombre de más de 40 años, de traje, pulcro y que tendría cara de la exigencia que tendría para con todos nosotros. No a un hombre que tendría pinta de ser alguien a quien fácilmente confundiría con un alumno de la clase, me sentía como caricatura japonesa con un enorme signo de  interrogación flotando sobre mi cabeza, mientras él prosiguió, explicando cómo sería el ritmo de la clase, los textos, la tolerancia de horario, cuáles serían los lineamientos de los trabajos que se entregarían, etc.
Inicio con la famosa columna, de la que tanto había oído hablar y que ahora podría escuchar, esto me saco de mi confusión. Hablo con tranquilidad y soltura, manejando una cantidad de datos concretos muy amplia, tanto que a diferencia de otros profesores, me obligo a tomar nota de todas y cada unas de las referencias para poder darme una idea a mi misma de cómo es que desenvolvía su discurso.
Al terminar de exponer lo que sería la clase y lo que necesitábamos para la siguiente, nos despidió deseándonos suerte. “Tal vez la voy a necesitar” pensé y salí del salón detrás de la compañera que me había recomendado esa clase. Definitivamente será interesante, muy interesante.

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