domingo, 1 de diciembre de 2013

Felicidad liquida

La danza es algo que difícilmente puede describirse por completo con palabras. El cuerpo lo siente y busca que quien lo vea lo sienta también, la mente sabe que está ahí, aunque no sea la protagonista y el corazón se hincha tanto que parece explotar cuando el estruendo de los aplausos lo acompañan, como si cada uno de éstos fuera un latido. Hola, me llamo Ayla y me gusta bailar.
            El ballet es algo que me ha hecho “sentir” desde la primera vez que tomé clases. Recuerdo a cada profesora y las lecciones que me dieron, cada presentación, pero la que mejores recuerdos me trae es la más reciente. Me presenté junto con mi grupo de ballet en el Centro Cultural de Ciudad Universitaria, en la sala Miguel Covarrubias.
            Todos llegamos temprano, calentamos y nos preparamos para la función. Hacía años desde la última vez que no me presentaba frente a tanta gente. Estaba tan nerviosa, mi boca estaba seca, las manos temblorosas, sentía hormigueo en la nuca, era un completo manojo de nervios.  Pasó el primer grupo, nosotras éramos el cuarto.
            Mientras el tercer grupo se estaba presentando, mis compañeras seguían maquillándose y acomodándose el vestuario, mientras, yo trataba de calmarme, era la primer vez que mi familia estaba presente en una presentación de ballet. No quería fallarles. Un sonido similar a un zumbido me hizo voltear a la puerta del camerino. Era nuestro turno.
            Caminamos a la pierna del teatro (la cortina lateral del escenario) y esperamos a que bajaran el telón. Todos entramos y nos colocamos en nuestras posiciones, asegurándonos de estar a la distancia justa. Poco a poco el telón fue subiendo y, unos segundos antes de que lo hiciera por completo, la música comenzó. Había escuchado esa canción tantas veces antes que no necesitaba ver para saber que todas íbamos a la par. Cuando fue el momento de avanzar no podía ir a ciegas, abrí los ojos y ahí estaba, todo lleno. Las luces eran lo suficientemente fuertes como para apenas dejarme ver las siluetas.
            La descarga de adrenalina se soltó y fue como ver todo en cámara lenta. Ya no sentía nervios ni me temblaban las piernas, ahora me movía como si flotara, sin miedo, sin peso. Sentía tanta felicidad que incluso recordándolo en este momento siento mariposas en el estomago. Bailar me hace sentir libre, como si no existiera nada más a nuestro alrededor, como si pudiera flotar en cualquier momento si salto lo suficientemente alto.
            Cuando todo terminó y la última nota quedó flotando por un par de segundos el silencio era profundo… hasta que se escucharon los aplausos. Eran tan fuertes que por un momento me sentí aturdida. Se apagaron las luces, todo estaba tan oscuro que no podía ver a mis compañeras más cercanas, pero los aplausos continuaron con la misma intensidad.
            Aparecieron las luces de nuevo para que diéramos las gracias y la fuerza con que aplaudían subió aún más. Busqué entre la multitud pero no encontraba a mi familia, los aplausos seguían. La adrenalina comenzaba a ceder y mi cuerpo volvió a la temblorina del principio. Mi boca involuntariamente esbozó una sonrisa que hacía me dolieran las mejillas.
            Por más que lo intenté no pude evitarlo, las lagrimas comenzaban a nublarme la visión. Cuando el telón bajó por completo, todos los cuerpos petrificados que se habían inclinado al son de los aplausos recobraron la vida. Unos saltaron, se tomaron de las manos, se abrazaron, fue una verdadera celebración silenciosa en las que más de uno lloró. Así que no me sentí tan mal cuando no pude contenerlas más y se desbordaron de mis ojos.
            Fuimos al camerino para que pasara el siguiente grupo. Ahí todo estalló en jubilo. Todos esperábamos que con lo perfeccionista que es la profesora, nos dijera  habíamos metido la pata en algo, pero no fue así, nos sorprendió escuchar sus palabras de felicitación a todo el grupo, de verla llorar y decirnos que hacía tiempo no tenía un grupo que “sintiera” la danza con tanta fuerza. Nosotros lo hicimos.
            El arte en la actualidad no es valorado como quisiéramos quienes lo amamos y buscamos ejercerlo. En México la calidad del arte que se desarrolla es de primera, pero no tiene la difusión suficiente. Sin embargo, quienes en verdad amamos lo que hacemos, no lo dejamos a pesar de que la inversión monetaria y de tipo a veces nos consume.


            A pesar del desgaste, de las personas que dicen es una pérdida de tiempo o “primero acaba tu carrera”, de la falta de dinero, de cruzar media ciudad por dos horas de clase, de las lesiones y de las lágrimas de frustración cuando algo no sale como lo esperamos. Todo, absolutamente todo, vale la pena por esos minutos en que soy libre, en que mi corazón flota y me eleva consigo, cuando mis ojos se nublan porque desbordan la felicidad que ya no cabe dentro de mí, una felicidad liquida que me hace sentir...que me libera.



No hay comentarios:

Publicar un comentario