lunes, 29 de junio de 2015

Landon


El primero de Abril pasó algo que en definitiva no esperaba. Ibamos caminando por la calle, nos dirigíamos a la tienda y en lugar de ir por el lado izquierdo de la calle, decidimos ir por el lado derecho. Seguíamos en nuestros asuntos cuando escuchamos un ruido, parecía un bebé llorando. Como ahí hay unas unidades habitacionales pensamos que provenía de uno de los departamentos o del estacionamiento. Pensamos que su mamá pronto podría tranquilizar al pequeño, pero no hubo consuelo.
Conforme nos fuimos acercando el sonido fue más claro. Yo juraba que se trataba de un gato e iba viendo la barda para que no fuera a aterrizarme el felino en la cabeza. Nada pasó y el sonido se iba haciendo cada vez más fuerte. Cuando llegamos a un punto donde el sonido no podía ser más estresante me asomé a la jardinera tupida de arbustos y ramas. ¡Ahí estaba!
Una pequeña mancha negra que se esforzaba por arrastrarse por la tierra húmeda era lo que producía tan lastimoso sonido. Era un cachorro, completamente negro y solo. Esperamos fácil casi una hora, pero ninguna mamá preocupada apareció. La gente que pasaba y preguntaba qué era el sonido, reaccionaba con indiferencia cuando escuchaban “es un cachorrito abandonado”. En ese momento odie a esas personas.
Nadie llegaba y no podíamos dejarlo ahí. Así que metí medio cuerpo para poder alcanzarlo y sacarlo de ahí. El pequeño estaba frio, se le veían los huesos, aún tenía el cordón umbilical y no paraba de llorar. Lo envolví en mi bufanda y lo llevamos a casa. Al llegar me preocupaba lo que podría pasar con él, parecía no haber comido absolutamente nada y en la casa donde rento ya había una labrador.
Entramos y explicamos lo ocurrido, “no podía dejarlo ahí” era todo lo que podía decir, eso y que cuando dejara la leche le encontraría un buen hogar. Enrique salió en busca de formula láctea para cachorros y apenas volvió comenzamos a alimentarlo. Pensaba que nos constaría más trabajo porque había escuchado que no es fácil darles biberón a los cachorros, pero el pobre tenía tanta hambre y (creemos que) no había comido nada de su madre, que de inmediato se aferró al chupón.
Así pasaron los días y me hice cargo de él, de darle de comer cada 3 horas, ver que defecara y orinara, ver que no tuviera frio y darle cariño. Él siguió sin nombre hasta que la dueña de la casa fue y le explicamos lo ocurrido, al principio se mostró algo renuente, pero cuando lo vio y se dio cuenta de lo pequeño que era, dijo que podía quedarse, y aún más increíble, que yo podía conservarlo. Ya te imaginarás mi felicidad al saber que podría seguir cuidándolo y ver que siempre estuviera bien.
“Pequeño sin nombre”, como le decía cuando recién llegó, se ganó completamente mi corazón y a los 16 días abrió sus ojitos. Tenían una capa que les daba un tono ligeramente azulado, aun no veía pero cuando lo vi, no pude evitar sentir que me miraba y por fin conocía a quien sin importar si estaba ocupada o no, se encargaba de cuidarlo y estar con él. 
Continuara...

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